Brenna dejó atrás el bullicio del gran comedor, traspasando la puerta que
separaba el gran hall de la escalera que la llevaba a los diferentes pisos,
y subió los peldaños de dos en dos, intentando no caerse al sentir cómo una
de ellas se movía sin previo aviso.
Al subir los últimos peldaños que la separaba de su objetivo, se encontró
con un reducido grupo que lo único que hacían allí era molestar. Sentados en
los peldaños, la observaban con un brillo estúpido en los ojos, sonriendo
bobaliconamente.
El único que parecía más listo y por ende más despiadado, era un adolescente
de cabellos rubios, lisos y engominados, que la miraba con altivez desde el
último peldaño, mientras jugueteaba con un bastón adornado, que tenía una
serpiente enroscada a lo largo de la madera y acababa en un pomo en el que
había una gran cabeza de fauces abiertas.
Él seguía jugueteando, deslizando sus dedos dentro de aquella boca, jugando
con los colmillos, por los que deslizaba la yema de sus dedos largos y
finos.
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