martes, 31 de julio de 2012

Wanú Capítulo 1


Entreabrió los ojos mientras abandonaba un sueño plácido.

Se incorporó en la cama e intentó recordar lo que había ocurrido la noche anterior, sin embargo, tenía la cabeza demasiado embotada. Se frotó los ojos llenos de sueño mientras bostezaba y volvió a recostarse mientras se tapaba la cabeza con las mantas, pero, a pesar de estar cómoda y caliente en la mullida cama, no dejaba de removerse, así que decidió ponerse en pie. Posó sus pies en el suelo alfombrado y se aproximó a la ventana.

La abrió, asomando la cabeza. El firmamento empezaba a teñirse de una luz rosada y el aire fresco le dió de lleno, provocándole un escalofrío; aún así se sintió muy bien.

Con paso firme se dirigió al armario, pero por el camino tropezó con algo y cayó de bruces. Sus pies se habían enredado con su camisola. Sus ropas de la noche anterior estaban desparramadas por el suelo, y las recogió, dejándolas en un cesto al pie de la cama, para que la sirvienta las llevara al patio trasero y las lavara.

Previamente había rebuscado en todos los falsos dobladillos que había practicado en su ropaje. Eran escondrijos perfectos para transportar con ella los enseres más valiosos y el dinero, puesto que llevar las cosas en los bolsillos era como mostrar un panal de miel ante un oso hambriento. Los ladronzuelos que vivían de la rapidez de sus dedos y el sigilo de sus pasos hacían una fortuna con aquellos que no eran tan sagaces como ella.

En fin, de algo tenían que vivir, y mientras no le saquearan a ella, no le importaba lo más mínimo a qué acaudalado desplumasen, y más si el tamaño de su crueldad era proporcionalmente tan descomunal como sus riquezas. Pero eso era del todo normal, casi todos los que nadaban en la riqueza eran también despiadados, tanto, que si, por casualidad, se daban cuenta de que les estaban desvalijando y llegaban a apresar con sus manos al rapaz, no se contentaban con darles un castigo o azotarles, sinó que directamente los degollaban, arguyendo que así acabarían con las "ratas infectas", como se les solía llamar, y que el que siguiera por el mal camino se arrepentiría de sus actos al ver el precio a pagar, cosa que ella veía atroz.

Precisamente esa misma mañana iba a haber una ejecución, y quería salir de allí antes de toparse con la masa ingente de gente que se apelotonaría alrededor de la plaza del mercado, disfrutando de ese horror. Lo peor era que el reo era apenas un crío, y para redondearlo, su verdugo era también su padre, el cual no tenía la más mínima idea de que era en "eso" en lo que utilizaba su tiempo libre..., a pesar del patente pesar que debía corroer su alma, si la tenía, debía llevar a cabo su trabajo.

Exhaló un ruidoso suspiro e hizo que el nudo que tenía en su garganta desapareciese. Era vergonzoso ver a una avezada luchadora como ella compadeciéndose de... pero no podía evitarlo. Su inquieto corazón lloraba por los dolorosos recuerdos.

Basta ya! Debes vestirte y salir de aquí. Una vez en camino, te sentirás mejor- se apremió.

Abrió el armario de madera tallada y cogió su ropa, -perfectamente doblada y ordenada por una de las mujeres que se ocupaban expresamente de la limpieza- las medias largas hasta el muslo, los pantalones de cuero, la camisola y la capa.

No creía que fuera a hacer frío, así que no precisó de nada más.

Se vistió rápidamente y se calzó las viejas botas. También eran de cuero y le llegaban a la rodilla. A pesar de su aspecto frágil, eran muy resistentes. Hacía mucho tiempo que las conservaba y les había tomado tanto cariño que no era capaz de desprenderse de ellas. Aún olían bien, y brillaban con sólo una pasada de lustre. Con un mínimo cuidado, quedaban perfectas, y eso le bastaba.

Le encantaba sentirse cómoda, odiaba las ropas apretadas e ir llena de abalorios, por eso su vestuario era siempre muy sencillo, a pesar de tener el suficiente capital como para comprarse un mercado entero.

Sus parientes la tenían por una mancha en su vida llena de logros, algo así como una "oveja negra", pero a ella poco le importaba eso. Es más, incluso se divertía escuchando las quejas de su abuela - ?DIOS¡Qué mujer tan intratable!-, que era la que más veneno tenía en la lengua...

Cuando decidió irse de viaje a solas, se opusieron totalmente, y cuando la anciana se enteró, puso el grito en el cielo. Berreó tanto que la dejó sorda durante toda la noche y parte del día siguiente, junto con un zumbido y un profundo malestar en la sien, pero al fin se salió con la suya. Era lo suficientemente adulta como para tomar sus propias decisiones. Así que metió en su bolsa lo necesario, ensilló a su yegua favorita, Kamura, y partió, de noche, sigilosamente, sin despedirse de nadie.

Eran contadas las veces que les añoraba, aún así, a veces pensaba en regresar. En gran parte lo que añoraba eran aquellas vistas tan hermosas de las que gozaba desde la ventana de su habitación, y la tranquilidad que se respiraba en la mansión.

Siempre había preferido aquella casa a la de sus padres. Era propiedad de tío Eberouge, el único que la había comprendido. Estaban tan compenetrados que en el mismo instante en el que el entrañable anciano expiró, ella sintió un profundo dolor en el pecho.

Recordó cuándo salió corriendo del salón donde estaba comiendo con sus parientes. Precisamente era una reunión familiar de la que, como siempre, habían excluído a tío Eberouge. Realmente no le interesaban esas reuniones, aunque siempre la habían obligado a asistir, para no "desentonar" y evitar dejarles en evidencia, pero a medida que iba creciendo y se iba dando cuenta de lo que ocurría a su alrededor, procuraba escuchar con atención todo lo que pudieran tramar aquellas aves de rapiña.

Por supuesto, ese día hablaban de él. Pero desgraciadamente no retenía esa información, y estaba segura de que era algo muy importante...

Sólo recordaba cuándo abrió la gran puerta de la mansión con su copia de la llave de la casa, llamando a voces a su tío.

Y cuando lo encontró tendido en el suelo, con las manos crispadas y los ojos repletos de lágrimas.

Recordó también al joven que descansaba a su lado, inconsciente, con una enorme brecha en la cabeza...



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