martes, 31 de julio de 2012

Rememorando...











Hermione estaba sentada tranquilamente en un rincón de aquel viejo café.

Sus dedos jugueteaban con una moderna pluma muggle, que había comprado en una tienda pequeña escondida en un callejón, junto con un paquetito de sobres y hojas negras, y unos botecitos de tinta plateada.

Quería escribir una carta a alguien muy especial, y deseaba cuidar el aspecto de aquella misiva.

En su cabeza las ideas estaban muy claras, pero las palabras bailaban entre ellas, dificultándole el trabajo de plasmarlas en el papel ; le incomodaba esa sensación de impotencia al no saber, por primera vez en mucho tiempo, cómo expresarse eficazmente.

Dio un pequeño sorbo a su té de almendras, cerrando los ojos y aspirando el dulce aroma del líquido que calentaba su cuerpo.

Fuera, en la calle, empezaba a oscurecer.

La gente andaba con prisas de acá para allá, cargados con grandes bolsas atestadas de regalos.

La navidad llegaría en poco tiempo, y el febril intento de tenerlo todo a punto para cuando llegase ese día provocaba que allá donde mirase hubiera gente comprando, cargando regalos, poniendo motivos navideños en los escaparates de las tiendas que plagaban su camino.

Sentada al lado de una enorme ventana de madera, observaba el movimiento con melancolía, pensando en sus amigos, su familia... los muertos...

Hacía ya tres años que había finalizado las clases en Hogwarts, y fue en el último año cuando su vida se tiñó de oscuridad.

La lucha eterna contra Voldemort y sus mortífagos se libró durante el último curso, a medida que pasaban los meses, los días, algo le hacía sospechar que una desgracia les sobrevendría, y vivió con esa maldita sensación todos los días de aquel último año.

Y al final, despertó en una pesadilla.

No sabía ni cómo empezó ni porqué, pero de pronto se vieron rodeados por los mortífagos, que se habían infiltrado en el castillo, que debía ser el lugar más seguro de la comunidad mágica.

Todos lucharon, haciendo lo posible por defenderse, pero ellos eran más numerosos y desgraciadamente mucho más poderosos.

Esperaban que Dumbledore fuera por lo menos el único que pudiera salvarles, junto a los que componían la Orden, pero ni siquiera ellos pudieron hacer nada por salvar las vidas de aquellos que perecieron.

La batalla fue cruenta, y por fín todo acabó, tras horas teñidas de sangre y dolor ; aún así, nadie había ganado realmente.

Harry, condenado desde su primer hálito de vida a enfrentarse a aquel despiadado ser, a Voldemort, murió, llevándoselo con él.

No fue sencillo, no fue agradable.

La lucha fue sólo entre ellos dos, en un lugar apartado de los jardines del castillo.

Hagrid yacía muerto a los pies de su casa, con el pánico dibujado en su cara, y Harry no pudo hacer nada por salvarle.

Sintiendo la vida de los seres queridos amenazada, fué a su encuentro, y luchó hasta el final ; casi sin resuello y con múltiples heridas en su cuerpo, se obligó a asestar el golpe de gracia a aquella bestia inmunda que tanto mal había traído consigo, pero dando su vida a cambio.

Y Ron... Ron corrió las misma suerte, al intentar protejerla de un ataque por parte de Bellatrix, la dama de ojos fríos y cabellos negros, que reía estrepitosamente lanzando maldiciones por doquier ; en su mente sólo veía pequeños ratoncillos que corrían despavoridos de un lado a otro, gritando histéricamente.

Una solitaria lágrima rodó por su mejilla, cayendo sobre la hoja y formando una pequeña mancha descolorida.

Hermione rememoró con claridad cómo aquel pelirrojo se interpuso en la trayectoria de un Avada Kedavra, que la mujer siseó con malicia.

Sintió el peso del cuerpo que caía a plomo sobre ella, quedando la cabeza del chico sobre sus rodillas, como si descansase en un sueño eterno, con una sonrisa satisfecha en el rostro por haber conseguido salvar a su amor.

Ella lo abrazó, convulsivamente, lo besó, acarició y llamó con voz entrecortada, con los ojos anegados en lágrimas, sin prestar atención a la asesina, que se acercó a ella con una sonrisa en los ojos, divertida por aquel suceso.

Le apuntó con la varita en la frente, sin que ella se inmutase ; prefería morir y estar a su lado que vivir, recordándole en su soledad.

Y cuando la despiadada mujer iba a recitar su maleficio, quedó muda en mitad de su invocación ; cayó de rodillas y allí quedó, como un monigote andrajoso.

Hermione alzó la vista, sorprendida y dolida por la muerte arrebatada, y vió a Lupin, el licántropo, profesor y amigo, que la miraba con horror mientras le tendía una mano.

Al principio ella se zafó de él, gritándole, acusándole de haberla dejado seguir viva, pero tras aullar exasperada todo el dolor que podía arrancar de su vientre, cayó al suelo, sin fuerzas, y perdió la consciencia.

El tiempo y el espacio corrieron a su contra, precipitando una imagen devastadora que quedó grabada en su retina cuando volvió en sí.

Todo había acabado con el amanecer del nuevo día. Los cuerpos de los mortífagos caían desmanejados sobre los de los magos y estudiantes de rostros crispados.

Adonde fuere que mirase encontraba la misma estampa.

Caminó sin rumbo por entre los cuerpos, sintiendo cómo la pena la desgarraba por dentro.

Lupin la seguía a unos pasos, sin decirle nada, tan sólo pendiente por si de repente las cosas empeorasen.

Era increíble que la guerra entre dos estirpes del mismo mundo hubiera sido tan cruenta, el egoísmo y la idolatría los había llevado a hacer algo terrible.

Echó una mirada al devastado edificio de Hogwarts, cuna de muchos magos nobles y honrados... y desgraciadamente de los que se habían malogrado.

Parte del gran castillo había recibido también graves daños ; los cascotes caían sobre los cuerpos sin vida, y las almenas aparecían dañadas con grandes boquetes y quemaduras.

Un amargo sabor le llenó la boca, y se le hizo un nudo en el estómago, lloró al ver a lo que habían llegado.

Llevaría mucho trabajo el recomponerlo, pero estaba seguro de que algún día volvería a proteger entre sus muros innumerables vidas... Y aún así, sentía desazón y pena en su interior...

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