martes, 31 de julio de 2012

Wanú Capítulo 1 punto 4


Dió gracias a su querido tío Eberouge, que fue el que la instruyó en diversas artes, entre ellas la sabiduría que las plantas poseían.

Ni siquiera se acercó al cuerpo para observarlo mejor, sólo se agachó para recoger su capa del suelo. Apoyó las manos en las rodillas mientras jadeaba, con un amargo sabor de boca. El corazón le latía desaforadamente, pero no le dió tiempo a que se amansara, pues empezó a buscar a su querida yegua. Estaba segura de que la encontraría cerca, pues le era realmente fiel, pero aún así sentía la desazón en su pecho.

Se lanzó a la búsqueda y muy pronto la divisó, a pocos metros, mascando hojas de un arbusto. La hermosa yegua alzó las orejas, atenta al ruido de pisadas, y cuando oyó la voz jadeante de Wanú, dió media vuelta y trotó hacia ella, acariciándole con su cabeza en cuanto la tuvo a tiro.

Le acarició la crin y le abrazó el cuello, cerrando los ojos. Notaba cómo vibraban los músculos fibrosos del animal, y se concentró en esa sensación, le ayudaba aplacar su fuero interno. Exhaló bocanadas de aire fresco, que invadieron sus pulmones y restablecieron una parte muy nimia de su energía.

Cuando se hubo amansado totalmente, volvió a enrollarse las riendas de cuero en el brazo, y, agarrándolas fuertemente con la mano, continuó andando tranquilamente, aspirando el aroma fresco a hierba y disfrutando de la quietud, aunque no podía olvidarse de aquella experiéncia. Andaba con mucho tiento, observándolo absolutamente todo, por si había otra "sorpresa" agazapada, esperando el momento oportuno para atacarla.

Aunque debía admitir que en buena parte le había servido para ejercitar un poco sus músculos, incluso se había divertido. Sería un buen recuerdo que contar a quien gustara. Seguro que a tío Eberouge le habría encantado oír esa historia.

Un leve pinchazo traspasó su corazón. Bajó la vista al suelo, apesadumbrada por la remembranza. Le añoraba muchísimo, y no había noche en la que no evocase algunos recuerdos, aunque intentaba que no fueran funestos, sinó lo más agradables posible.

El sol intentaba traspasar con sus rayos las espesas copas de los árboles que allí moraban, reflejando sombras juguetonas en el suelo.

Poco después llegó al corazón del bosque, un enorme claro de hierba dorada como el trigo.

Se adentró en él, observando a su alrededor. Era la primera vez que estaba allí, pero estaba segura de que no sería la última. Decidió que sería el lugar perfecto para refugiarse, tanto cuando se sintiera triste o simplemente cuando tuviera la necesidad de estar sola, o incluso cuando fuera inmensamente feliz...

El sol daba de lleno sobre la hierba, que se mezclaba con pequeñas flores azules, y los árboles sólo existían para cercar el espacio. Se sentó allí mismo, y se estiró sobre la hierba, aspirando con fruición el aire fresco. Observó el lento camino de las esponjosas nubes, adoptando siempre miles de figuras diferentes.

En algún rincón de su mente se abrió un abanico de recuerdos, de su niñez y de su temperamento independiente. Siempre había preferido ir por su cuenta que unirse a algún
repelente familiar suyo o a algún grupito de vecinitos criados para ser tan detestables como sus padres. Por supuesto, no podía familiarizarse con los demás niños, ya que entre ellos no estaba bien visto pulular por ahí con nadie del pueblo. Preferían relacionarse socialmente con gente de igual o superior estatus monetario, como si eso fuera realmente importante, en comparación a lo maravilloso y excitante que puede ser el interior de una persona. Ella era diferente por eso, le encantaba conocer interiormente a cualquiera, puesto que le daba más importancia a un corazón que al aspecto exterior...

Con gran cariño evocó los sentimientos que experimentaba cada vez que investigaba por cuenta propia cualquier cosa que le llamase la atención. Y una de las cosas que más le fascinó fue cuando por primera vez se adentró en la desconocida exhuberancia de los bosques que colindaban con la gran mansión.

Dado a que aún era una chiquilla, todo le asustaba más de lo normal, veía fantasmas donde sólo habían pequeños animales corriendo por allí o escondiéndose en cualquier lugar, sombras amenazadoras, ramas exageradamente largas que pretendían abrazarla demasiado fuerte... Bastó con acostumbrarse al lugar para amarlo intensamente.

Solía perderse en la espesura, jugando a solas. Nunca supieron descubrir dónde pasaba las horas, era demasiado astuta para dejarse descubrir fácilmente. El único que sabía su paradero era tío Eberouge, el cual siempre guardó su secreto, a pesar de las contínuas batallas que solía librar con los padres de ella, o con la ya insoportable Dorath. Lo único que decía al respecto era que -"No os preocupéis, porqué está en un lugar sagrado. Además, la niña ya es lo suficientemente mayor como para saber cuidarse. De todos modos, os aseguro que está en buenas manos."- Y después, cuando estaban juntos, siempre le relataba con todo detalle las reacciones de tía Dorath, de las que era inevitable reírse, pues eran verdaderamente exageradas. Era mucho mejor tomárselo así que amargarse la sangre por algo que, en realidad, carecía de importancia.

Nunca estuvo segura de a qué se refería cuando decía aquello de que estaba en buenas manos, pero su mente infantil siempre acababa por olvidar aquellas palabras.

Y aún ahora no le daba demasiada importancia, porque estaba segura de que, fuese lo que fuese lo que significase, no era nada malo.

Quizás, ahora que lo pensaba, creó con ayuda de la magia algún guardián para enviarlo junto a ella, con la misión de guarecerla de cualquier peligro...

Elevó los brazos al cielo, como si pudiera tocarlo, jugando a apresar rayos de sol con los dedos, pero, por mucho que lo intentara, siempre se le escapaban. En alguna ocasión, su tío logró atrapar para ella un rayo de sol, una estrella e incluso la luna. No era muy difícil, aunque exigía mucho poder y concentración, y siempre acababa agotado, por ello prefería hacerlo en contadas ocasiones.

Se levantó y dejó a la yegua pastando tranquilamente, mientras exploraba el territorio.

Creyó distinguir una figura a lo lejos, y decidió acercarse para descubrir si se trataba sólo de su fértil imaginación o, de haber alguien, quién era el personaje en cuestión.

Se refugió en la espesura para poder acercarse hacia allí sin problemas.

Llena de curiosidad, intentó hacer el menor ruido posible, escondiéndose entre los árboles. A una distancia prudencial, empezó a distinguir algo mejor, pero no tanto como para saber a ciencia cierta de quién se trataba, así que tuvo que seguir acercándose.

Los latidos de su corazón retumbaban en su cabeza, por un instante incluso temió que aquella persona pudiera oírlo, pero parecía no darse cuenta de nada. El pulso le iba demasiado deprisa, y una gotita de sudor cruzaba su mejilla, pero esa sensación le encantaba.

Tenía bastante experiencia en ir siempre con cautela, y sabía esconderse, así que no debía temer el ser descubierta. Pero siempre podía caber la posibilidad de que hubiera alguien que pudiera burlar su precisión, y no estaba segura de que no la hubiera descubierto ya, quizás sólo estaba despistando...

Se acercó cada vez más, hasta que casi podía oírle respirar.

Con un sencillo gesto lanzó la capa que llevaba al suelo. Estaba segura de que era un hombre, a pesar de que sólo lo veía de espaldas.

Llevaba una sedosa camisa, que dejaba adivinar unas formas rotundas y muy atractivas, y el pantalón, pegado a su piel, no dejaba nada a la imaginación.

Llevaba el cabello suelto, y le caía graciosamente sobre los hombros...



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