martes, 31 de julio de 2012

Wanú Capítulo 1 punto 1


Se enjugó las lágrimas que habían aflorado a sus ojos y se frotó los brazos con las manos. Acabó de anudarse una cinta del costado del pantalón y asió la capa.

Intentando que los goznes de la puerta no chirriasen, la abrió lo más despacio posible. Cruzó el dintel y cerró tras de sí. Se movió por el pasillo con sigilo, para no despertar a los demás ocupantes de la posada, pues aún era muy temprano. Al llegar al rellano al pie de la escalera, olfateó el aire. Un delicioso olor a cochino asado con miel y a tostadas impregnaba el ambiente. El estómago le rugió y la boca se le hizo agua al imaginarse tan delicioso plato.

Bajó a trompicones, olvidando todo sigilo y con una gran sonrisa miró a la posadera con ojos suplicantes mientras se acariciaba la panza. La rechoncha mujer rió de buena gana mientras exclamaba:

Síiii, síiii, ahora mismo te sirvo el almuerzo... Ya oigo cómo ruge tu estómago! Anda, siéntate... - y se escabulló por la puerta de la cocina.

Exceptuando a un joven, no había nadie más en el comedor.

El hombre estaba sentado en la mesa más cercana a la puerta, la tenía justo de espaldas. Cuando ella calibraba dónde sentarse, topó con su mirada. Él la miró con ojos afables unos segundos, y continuó desayunando.

Wanú fué directamente hacia una mesa semiescondida en un rincón.

La silla, pintada de negro, crujió como si fuera a romperse cuando se sentó en ella.

La mesa, ornamentada con gusto, estaba cubierta por una fila tela negra, y un jarroncillo enano de arcilla descansaba en el centro del mantel. Contenía semillas lechosas, que se utilizaban para ambientar con su suave aroma a la vez que también se utilizaban para guisar. No servía de mucho más, pues su flor era, sencillamente, horrenda, y proporcionaba un persistente picor a quien la tocaba. Se imaginó a ella misma regalándole un ramo de esas flores a su querida abuela, y sonrió para sí...

Dió un respingo cuando depositaron ante ella una jarra. La posadera le sonreía y le mostraba una botella de cristal con un líquido dorado en su interior.

Hidromiel recién hecha! Aún está calentita, vamos, bebe un trago! Te irá bien algo de color a tus mejillas.- le dijo, mientras se daba la vuelta y rehacía sus pasos.

Asió la botella con tiento y escanció unas gotas en la jarra, la cual se llevó a los labios, arrugando la nariz.

Nunca había probado la hidromiel, pero tenía un aspecto agradable y olía muy bien. Probó un sorbo, y acabó engullendo la totalidad de un solo trago.

El líquido era dulce, sin ser empalagoso, tenía un toque ardiente, y estaba templado. Sintió cómo el calor inundaba su garganta y su estómago, y poco después sus mejillas ardían.

Se sirvió un poco más y dejó la botella a un lado de la mesa. Apartó hacia atrás los mechones de pelo que caían sobre su cara, y apoyó los codos en la mesa. Con una mano sobre la otra, las llevó a la frente, y cerró los ojos.

En su cabeza retumbó una voz suave susurrándole : Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida...-

Arqueó las cejas pensando en qué era exactamente eso, cuando escuchó el mismo tono de voz a unas mesas de donde estaba ella. Alzó la vista y vió a la rechoncha mujer ofreciéndole algo más de licor de saras al hombre, y a él negando con la cabeza mientras se levantaba de la mesa.

Una comida estupenda, Sarah. No te preocupes si tardo en volver, quizás me quede esta noche a dormir al raso... -

Le abrió la mano y le puso en las palmas unas monedas de cobre, sonriéndole y guiñándole un ojo, mientras se le acercaba a la oreja para comentarle en un susurro inaudible :

Toma esto y haz lo que te he pedido, por favor, te estaría eternamente agradecido... -

Descuida , vé tranquilo, en cuanto se vaya lo haré - Le tranquilizó sonriéndole con complicidad mientras sacaba una hebra de hilo negro del bolsillo de su delantal y le ataba el pelo en una trenza. - Así no te molestará. Y no te quejes! Tienes un aspecto muy elegante, así que no temas, las chicas te seguirán persiguiendo como hasta ahora... - lanzó una carcajada estridente mientras recogía los platos sucios.

Ah, sí? De verdad causo ese sentimiento en las chicas? Uf, y yo soy el último en enterarme... Oh, venga, bien sabes que eso no es cierto... -

Asió la capa que tenía respaldada en la silla y se arrebujó en ella, atándosela a la altura del cuello, y, sin más, se dirigió hacia la puerta que daba a la calle y salió, sin darse cuenta de que del pliegue de la capa se le había deslizado hasta caer en el suelo un pequeño objeto.

Wanú se acercó a recogerlo, con la intención de salir tras él y devolvérselo.

Era pequeño, traslúcido y con forma de uña. Mientras lo observaba se dirigió hacia la puerta, la abrió y miró en derredor, pero no había nadie. Las familias seguían aún en sus casas, así que las calles estaban desiertas. Entonces, dónde estaba él? No era posible que en tan poco tiempo...!

En fin - se dijo - ya se lo devolveré en otra ocasión. Si lo vuelvo a ver, claro...



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