miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Otras más?

Severus se despertó asustado, y aguzó el oído.

Casi al instante sintió aquella desagradable sensación en su estómago ; aquél horrible hombre había vuelto a "casa"...

Aguzó el oído, y oyó a su madre sollozar, mientras el "padre" subía las escaleras con ansias, saltando los peldaños de dos en dos, para seguir su inspección por el piso directamente inferior.

Con el pecho agitado, decidió esperar en el mismo sitio, dispuesto a saltar sobre aquél energúmeno en cuanto entrara a la buhardilla donde se esondía.

Y, efectivamente, a los pocos minutos, Sibellius emergió de las estrechas escaleras que los llevaban al desván familiar, donde se acumulaba nada más que polvo y reliquias antiguas que ya nadie ni usaba ni daba cuenta de ellas.

Paró en seco al subir el último peldaño, y miró alrededor, poniendo especial atención en los recovecos que propiciaban escondites.

De pie, sin mover un músculo, un hombre de casi dos metros, de complexión fuerte y garndes espaldas, miraba con pequeños ojos avispados, negros y brillantes ; el pelo, alborotado, le caía perlado de sudor por la cara, enmarcando un sempiterno gesto de vanidad en el rostro..

Se llevó la mano a la frente, enjugando parte del sudor que caía sobre sus ojos, y se lamió los labios, saboreando anticipadamente su triunfo.

Severus... - atronó su voz - sé que estás ahí... Sé valiente y sal...

Dió dos pasos y se quitó la camisa de un zarpazo, dejando al descubierto un pecho lleno de moratones.

Ves esto? - dijo, señalando su pecho - esto es el resultado de que hayas nacido, mísero cobarde.

Tener que soportar las burlas en el pueblo no va conmigo, y cada día tengo que pelearme con los que se atreven a darme mala fama... Y todo por tu culpa... Porqué naciste? Sólo traes problemas, disgustos, y eres una fuente de gastos ; siempre comiendo... ¿los de tu clase no saben hacer nada más que destrozarnos la vida?...

Severus, que no solía molestarse siquiera cuando cualquiera le decía algo de esa índole, se mordía la lengua ; aquél borrachuzo lo enervaba, y cada vez tenía más ganas de darle su merecido.

Debí matarte cuando naciste del vientre de tu "madre" - dijo en tono sombrío, escupiendo al suelo mientras daba otra zancada. - "Eso" que llamas "madre" no es más que una zorra, y estoy seguro de que ya te llevaba dentro cuando me hechizó para que me casase con ella... y desgraciarme la vida...

Basta YA! - gritó Severus, que salió de su escondite enfrentándose con aquella abominación de hombre, que sonrió alegremente al verle, preparando la vara que llevaba en la mano ; flexible y astillada, para rasgar dolorosamente la piel de aquél niño que lo miraba rabiosamente.

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