miércoles, 1 de agosto de 2012

Punto 07

...
...cuando de pronto algo sucedio en el, un fuerte ardor recorria su cuerpo como si fuese acido quemandolo por dentro. Su mente comenzo a desvanecerse y podia sentir como si cayera en un abismo profundo, la transformacion habia comenzado y ya no habia marcha atras, Inuyasha se convertia en un demonio y esta vez nadie podria detenerlo. Sus ojos eran rojos y tan encendidos como la lava de un volcan y esta vez miraban a Kikyo con determinante furia. TU FIN HA LLEGADO MALDITA, grito al tiempo en el que lanzaba sus garras contra Kikyo, quien horrorizada no pudo defenderse, produciendole una gran herida en el rostro, - no puedo creerlo, yo te amaba Inuyasha -, pero el ya no podia ni siquiera escucharla, solo podia pensar en matarla sin recordar el motivo de su odio...


Kagome, sin respiración, observaba la escena, desorientada.

Sin entender, sintió una gran pena por la sacerdotisa, que había caído al suelo y se debatía entre las garras del hanyou, que desgarraba la cara pálida de la mujer.

Corrió para salvar a Inuyasha, que, con los ojos en blanco, desgarraba sin reparos, aullando entrecortadamente y emitiendo algo que parecía una grotesca sonrisa.

Se lanzó sobre él, intentando sujetarle los brazos y gritando con fuerza, pero la bestia ya no escuchaba ni razonaba.

Con un nudo en la garganta, se interpuso entre él y la sacerdotisa, que había cerrado ya los ojos, desvanecida por el dolor y el pánico de ver a su amado como un monstruo, y se mordió la lengua para no gritar de dolor al sentir las uñas afiladas clavandose en su carne.

I..nu... - desesperada, le abrazó, obligando al hanyou a mantener su cabeza entre sus pecho, mientras se movía espasmódicamente y arrancaba tela y piel en sus zarpazos.

Vuelve.. - llorosa, buscó sus labios para besarle, con la impaciencia y la esperanza de que él atisbara alguna luz entre las nieblas que se habían apoderado de su mente.

Inuyasha se debatía con su parte más oscura, que le había ganado terreno y se habia apoderado de su cuerpo y lo usaba a su antojo.

Las sensaciones eran vagas, pero sabía que Kagome estaba allí, y la oía llamarle ; corría desesperado por un largo túnel, húmedo, lleno de bifurcaciones y récodos, y que parecía que no se acababa nunca.

MALDITA SEAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! - gritó a la oscuridad, y el silencio reverberó su alarido, sin devolverle más sonido que su eco lastimero e iracundo.

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