El aire era gélido y soplaba con furia.
Hacía muy poco que había cesado de nevar, pero no parecía que el cielo se hubiera calmado ; seguía encapotado a deshora.
El coche avanzaba a trompicones, aplastando la nieve que había cubierto el sendero que los llevaba a una cabaña escondida de miradas curiosas.
En el interior, el aire seco y caliente ayudaba a soportar algo mejor el frío invierno, que hería sin ningún tipo de consideración.
Unos rizos castaños cayeron sobre sus hombros, escapándose del moño que tensaba su cabello en un intento de domarlos en un peinado elegante.
El pecho onduleaba rítmicamente, respiraba suavemente en su sueño.
Se había dormido poco después de subirse al coche, la jornada la había extenuado.
El conductor la miraba fugazmente por el pequeño espejito que, colocado estratégicamente entre los dos ocupantes, permitía un rápido vistazo al que quisiera cerciorarse de que todo se veía bien.
El rubio platino de cabellos engominados reseguía con la mirada el sendero que había tomado, cuidando de no salirse de la nevada carretera
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