miércoles, 1 de agosto de 2012

Un tropezón premeditado

Molly tejía afanosamente con hilos de colores chillones, mientras soñaba despierta, sonriendo en ocasiones con una mirada perdida en sus ensoñaciones.

Hacía poco que había conocido a un joven que, a pesar de no ser demasiado apuesto, a ella le fascinaba.

Sus ojos claros, su mirada fresca y limpia, su sonrisa franca y su inocente frenesí cuando descubría algo nuevo que le impactaba... le encantaba verle investigando cualquier objeto, tan excitado como un niño con un chocolate, hablando sin parar de aquello y haciendo mil y una preguntas que en muchas ocasiones no eran fáciles de responder.

Sonrió complacida, con un ligero rubor en las mejillas.

Habían coincidido hacía poco en una clase de estudios muggles, y, aunque a muchos su comportamiento les parecía extravagante y estrafalario, a ella le encandiló ; no dejó de reír ni un solo minuto cuandoél y su profesora mantuvieron una discusión sobre un invento muy antiguo pero desconocido para todos ellos ; el teléfono, así era como lo llamaban.

Él, absoluta y totalmente convencido de su punto de vista, hablaba con desparpajo, y Molly se preguntaba cómo podía defender algo con tanta pasión, aún cuando nadie más le apoyara.

Después de esa clase, y de un inmerecido castigo por parte de aquella profesora, Molly, armándose de valor, provocó un encontronazo "fortuito", en el que logró llamar su atención.

Precisamente llevaba en las manos una cámara fotográfica muggle, que le costó bastante encontrar en las calles de Diagon ; aunque no era demasiado cara en comparación a todas las que había visto tasadas en las tiendas muggles, para ella había presentado un sacrificio el obtenerla. Y sin embargo, si eso conseguía acercarle a ella, lo consideraría el dinero mejor invertido.

Molly volvió a sonreír, esta vez traviesa, mientras los ojos le brillaban y un rápido fulgor tiñó sus mejillas ; los recuerdos eran siempre muy vívidos, y se divertía pensando en lo bueno que él le había enseñado.

Suspiró, y una calidez desconocida subió por su estómago y quedó atrapado en sus mejillas ; no se podía sacar a ese muchacho de la cabeza.

Había conseguido estar cada vez más tiempo con él ; aunque no era muy difícil entablar una conversación con él, sí lo era mantener su atención, y aquello la traía de cabeza.

Con cualquier excusa le llamaba, incluso solía buscar extraños objetos muggles para que le explicara su funcionamiento, y de paso, aprovechar aquellos ratitos para estar a su lado.

Otra risita salió de sus labios, y se llevó el dedo a la boca, mordiendolo distraídamente.

Aparte de aquél invento, con el que logró acercarse a él,había toda clase de cosas extrañas que le fascinaban, y recordó el último con el que él se emocionó sobremanera ;una caja enorme y blanca donde guardar la comida y donde incluso se lograba un frío tan intenso que podría incluso congelar a un muggle.

Cuando ella le invitó a mirar una versión portátil que había conseguido, se le echó encima, abrazándola y gritando como un poseso de alegría ; Molly se quedó en blanco, y su corazón voló a la velocidad de un dragón de Cornualles... veloz.

Gimió, pensando que no podría aguantar por mucho más tiempo, cada vez le costaba más estar a su lado como si no pasara nada.

Despreocupada, no le importaba en absoluto mostrar su entusiasmo cada vez que le veía ; suspiraba cuando se cruzaban las miradas, y enrojecía de vergüenza cuando él le dedicaba una franca sonrisa.

Cada vez pasaban más tiempo juntos, y los alumnos empezaban a murmurar entre risas, de lo que Molly había visto en aquél chico y lo patoso que parecía.

Y como siempre, los Slytherin les miraban por encima del hombro, despreciando aquellas muestras tan vergonzosas, aunque ella no le daba ninguna importancia. Sólo se preocupaba por él, y cada día se preguntaba por lo que él pensaba de ella.

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